Django: sangre de mi sangre

En el 2002, se estrenó  “Django: la otra cara” , un filme que se ha vuelto una película de culto del cine peruano:  mejor dicho, una famo...

En el 2002, se estrenó “Django: la otra cara”, un filme que se ha vuelto una película de culto del cine peruano: mejor dicho, una famosa escena lo es, aquella en la que Django, interpretado por Giovanni Ciccia, tiene sexo en la azotea con ‘la chica dinamita’, interpretada por Melania Urbina. Además, se recuerda algunas frases vinculadas a otros momentos sexuales como el ‘qué ricas tetas tienes, carajo’ de Django hacia su amante. Quizás la popularidad de Melania y Giovanni en la época, la singular locación, lo casi pornográfico de la toma o la malcriadez de las líneas en plena intimidad han hecho perdurar esos segundos en la memoria de cualquiera que se quede en la calatería; es decir, en temas ajenos al cine, pues la película resultó ser bastante básica y deficiente a pesar de su exitosa taquilla.
La secuela, “Django: Sangre de mi sangre” ha llegado a nuestra cartelera quince años después, buscando mantener el espíritu de la original, pero entregando un producto mejor trabajado. La secuela se ha visto favorecida por el público, pero desde la crítica de cine hay un abanico diverso de opiniones de dónde escoger, desde los que la alaban hasta los que la aborrecen.  
Aldo Salvini, el director, es reconocido por trabajos previos destacados (personalmente considero a “El caudillo pardo” uno de los documentales peruanos más notables), pero a estos se le han sumado algunos más discretos, y “Django: Sangre de mi sangre”, para bien o para mal, sufre de la irregularidad misma de su carrera. En esta entrega vemos cómo el legendario delincuente Django logra cumplir su condena y salir de la cárcel: en la ciudad encuentra un ambiente hostil en el que intenta encajar, una familia que lo desconoce y una nueva mafia, con su propio hijo dentro, que no soporta ser rechazada por un Django en busca de redención.
Las virtudes más notorias las encuentro en lo visual, a esos primeros planos asfixiantes, acercándose lo más posible a los rostros para tratar de descifrarlos, aprovechando algunas buenas actuaciones como las de Stephanie Orúe, Emanuel Soriano u Óscar López Arias. También a la cámara temblorosa que, con su falta de equilibrio, trasmite el peligro latente y el dinamismo de un argumento ágil que no se detiene a respirar, pues no contempla casi puntos muertos en su cascada de acciones: con eso gana fácilmente en atrapar de inicio a fin al público. Y finalmente, la iluminación con unos rojos y verdes que resaltan para ambientar la opulencia y el riesgo de este mundo criminal.
Sin embargo, fuera de eso y algunos momentos puntuales a resaltar como las escenas de sexo intercalándose con los negocios que realiza Django en la cárcel, la película es presa de un guion nefasto. Algunos han intentado defenderla diciendo que solamente falla en el guion, como si se tratara de ‘solo’ algo menor, cuando en la realidad le pasa mucha factura. Es claro que la cinta busca explotar hasta lo exagerado los estereotipos, con lo cual puede redimirse en algunos momentos de genuina risa, como cuando el personaje de Aldo Miyashiro aparece en una piscina de plástico intentando seguir mostrando su poder y lujos. Pero en la otra mayoría de momentos, estos estereotipos llevan a la risa involuntaria de lo ridículo, con diálogos terriblemente clichés acompañados casi siempre de lisuras: ni un personaje funciona satisfactoriamente, pues sus conflictos no están bien desarrollados y quedan truncos, mientras que otros personajes sencillamente no sirven, pudiendo ser eliminados. La cinta está plagada de situaciones ilógicas e inverosímiles (sí, aun aceptando los códigos de este mundo exagerado) o gratuitas solo para mostrar peleas y mujeres desnudas. Todo esto empuja a momentos puntuales donde falla la estructura narrativa y la edición, dándole un ritmo un tanto torpe, que se atasca, se atora entre tanta acción.
Me resulta inexplicable que algunos críticos hayan pasado por alto cualquiera de los defectos citados e incluso alguno ha asegurado que sería uno de los mejores estrenos nacionales del año, algo decepcionante y desconcertante, que me es oportuno mencionar. Los defectos en “Django: Sangre de mi sangre” son demasiado obvios, por lo que resulta bastante extraño que no sean evidentes para todo aquel que analice la película cinematográficamente y no solo se quede en comer canchita, entretenerse con exagerados, graciosos y hasta ridículos tópicos de acción, con sus lisuras y su sexo.
Si solo se busca eso, con “Django: Sangre de mi sangre” no hay pierde. Pero para algo más, la cámara, la iluminación y algunas actuaciones no son suficientes: le falta demasiado trecho y, afortunadamente, confío en que habrán mejores opciones que pueda ofrecer nuestra cartelera y nuestro cine durante este año.

4.5/10


Esta crítica fue originalmente publicada en En Cinta.

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